El mundo, de hecho, todo ser existente, nos proclama uno de los nombres de Dios, mas la realidad del hombre es la realidad colectiva, la realidad general, y es el centro donde brilla la gloria de todas las perfecciones de Dios. Es decir, por cada nombre, cada atributo, cada perfección que afirmamos ser de Dios, existe un signo en el hombre; si no fuera así, el hombre no podría imaginarse estas perfecciones, ni las podría entender. Por eso decimos que Dios es el que ve, y el ojo es el signo de Su visión. Si esta vista no existiera en el hombre, ¿cómo podríamos imaginarnos la visión de Dios?

Pues el ciego, es decir un ciego de nacimiento, no puede imaginarse la vista; y el sordo, es decir, un sordo de nacimiento, no puede imaginarse la audición, y los muertos no pueden saber de la vida. En consecuencia, la divinidad de Dios, que es la suma de todas las perfecciones, es reflejada en la realidad del hombre; es decir, la Esencia de la Unidad es la confluencia de todas las perfecciones, y de esta unidad, Él lanza una reflexión sobre la realidad humana.

‘Abdu’l-Bahá, Bahá’í World Faith, p. 310 (traducción de cortesía)