El cuerpo del hombre, el cual se ha formado gradualmente, asimismo debe descomponerse poco a poco. Esto es de acuerdo al orden natural y la ley divina. Si hubiera sido mejor que arda después de la muerte, su misma creación hubiera sido planificada de tal manera que el cuerpo automáticamente se encendiera después de la muerte, se consumiera y se convirtiera en cenizas. Pero el orden divino revelado por mandato celestial es que, después de la muerte, este organismo sea transferido de una etapa a otra diferente de la anterior, para que, de acuerdo con las relaciones existentes en el mundo, pueda gradualmente combinarse y mezclarse con otros elementos, y así pasar por etapas hasta integrarse al reino vegetal, convirtiéndose en plantas y flores, desarrollarse en árboles del más alto paraíso, adquirir fragancia y alcanzar la belleza de los colores.

La cremación impide rápidamente el logro de estas transformaciones, los elementos se descomponen tan rápidamente que la transformación a estas diferentes etapas, queda interrumpida.

‘Abdu’l-Bahá, "Star of the West", Volumen XI, N ° 19, p. 317,

citado por la A.E.N. de los EE.UU. en , "Developing Distinctive Bahá‟í Communities" (traducción de cortesía)

Cuando nos damos cuenta de que nuestro cuerpo físico en realidad está compuesto de elementos puestos en la tierra por nuestro Creador, y el cual a través del proceso ordenado de Sus Leyes, se utiliza continuamente para la formación de seres, podemos comprender mejor la necesidad de que nuestro cuerpo físico sea sometido al proceso gradual de descomposición. Así como en el momento de la muerte, lo real y eterno del hombre, su alma, abandona su vestidura física y se remonta al reino de Dios, podemos comparar el cuerpo a un vehículo que se ha utilizado para el viaje por la vida terrenal y que ya no se necesita una vez llegado a su destino.

En nombre de la Casa Universal de Justicia, 6 de junio de 1971: Lights of Guidance, p. 201 (traducción de cortesía)